"¡El caballo ha roto el espejo!" grito el borracho, mientras se sujetaba a la pared curvada de la estación.
La gente a su al rededor rió.
"El espejo, el espejo..." deliraba.
Se miró una mañana y no estaba. Lo buscó por todas partes, por la mañana, por la noche, por la derecha y por la izquierda, por arriba y por abajo, a las doce y a las tres.
Varias imágenes vinieron a su cabeza, su deambular por las calles, una caída por las escaleras, dos personas le ayudaron, "gracias, ya llego a casa, gracias, gracias..."
Tenía mucha sed, ignoró el grifo y abrió una puerta, blanco, dorado, transparente, ambarino, rojo, sí, rojo. Mañana dorado, que es domingo.
El tiempo pasa pero no se da cuenta. A pleno sol nota el frío oscuro que nubla su vista. "Ahora veo las estrellas", piensa.
Por la noche, se estira en el banco del parque, pero no se acuerda. Sube y baja, va y viene pero ¿a dónde?
Encontró un cuadro en un contenedor. Un hombre sucio le miraba con ojos vanos. Se acordó de su madre. Tiró el cuadro y se rompió en mil pedazos...
"El caballo ha roto el espejo". "El caballo, lo ha roto, lo ha roto...".
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