jueves, 21 de febrero de 2013

Felicidades

Me acuerdo de tus brazos. Tocaba tu brazo cálido, una piel suave y delicada, como un bebé. Notaba los pequeños bultos de grasa debajo, parecía un edredón. Tantos, que no te los podían quitar. Siempre decías, "si me los quito todos, me dejan como un colador". En el otro brazo tenías la marca de una de las veces que te quitaron uno de estos bultos. Recordabas como te lo dejaron, una cicatriz hinchada, y te maravillabas de que ahora en estas operaciones casi no quedaba marca. El pellejo de debajo de los brazos al que hacías bailar para hacerme reír. Y tu cuello, con "colgajos", como decías tú. Luego comentabas que las artistas, la Montiel, se ponían un celo hasta el cogote para estirarla. Te daba un gran abrazo, olías a madre, apoyaba mi cabeza en tu pecho y te daba un beso grande, y uno de pajarito, que parecía un pío pío vibrante, pero me picaban los labios y tu me decías, "así no" y me lo dabas tu a mi. Entonces me picaba la mejilla con la vibración y nos reíamos. Me hacía gracia el pellejo de las manos. Yo te pellizcaba la piel y no lo sentías. Luego me paraba a ver tus dedos, alguno torcido por una incipiente artrosis y pensaba que con esas manos tu habías hecho y aún todavía hacías cosas. Manos de madre de padres, que cocinaban, reparaban, cosían y acariciaban. Siempre pensé que si hubieras nacido en este tiempo en el que todo el mundo puede ir a la universidad, hubieras sido ingeniera. Tu veías un problema, discurrías sobre él y encontrabas una solución, barata, con materiales reciclados ("el que guarda, halla") y estupenda! Creo que heredé esto de ti, aunque yo soy infinitamente más vaga. Te arreglabas tus propios zapatos o zapatillas, cortabas el aire de la terraza para que tus plantas crecieran mejor... 

Tus plantas. Tenías "mano" para ellas. Cogías una hoja que te habías encontrado, le atabas un pelo en el rabito y la ponías en tierra. Al poco tiempo tenías una planta de esa hoja. Tu salón parecía un bosque. El tronco del Brasil, el cual, cuando era pequeña mordí una hoja, era tan enorme que llegaba al techo. Un día lo llevamos a la Basílica de la Merced y todavía esta ahí. Cómo nos reíamos de nuestra pinta empujando un carrito, que nos prestaron, con una "palmera" enorme por el medio de la calle hasta llegar a la Basílica. 

Todos los días veo parte del despieze de tu vida material en una mesa. Objetos que me recuerdan a ti. Objetos ya sin contexto, que no quiero que pierdan su significado: tu. Un espejo con peine que guardabas en tu bolso, una pequeña jabonera de viaje, un "flus-flus" de colonia. La colonia está evaporada y sale polvo. Qué ironía. Me recuerda a los pétalos secos de las rosas. 

Y yo me acuerdo de tus brazos, de acariciártelos en el hospital, y sentir tu calor. Pero no poder abrazarte tan fuerte como hubiera querido, de tan frágil. Y me acuerdo, mientras te transfundían sangre, de rezar contigo el Rosario para consolar tu preocupación y tu sospecha. Y ponerte cremas y colonia para estar más guapa. Porque eras vieja, pero de alma joven, y tenías arrugas pero eras hermosa. 

Me acuerdo de tocar tus brazos y besar tu cara para despedirme de ti, la noche que me dijeron que ya no verías un nuevo día. No sé si sentiste mis caricias, espero que si. Porque eran caricias dirigidas a tu alma. Creo que el cariño siempre se nota, aunque sea como el resquicio de la luz bajo una puerta. No sé si me oíste darte las gracias por toda tu. 

Y sigo acordándome de tus brazos ya gélidos y de tus manos posadas en tu regazo, ya frío, y de tus ojos cerrados para siempre. Y no podré volver a abrazarte, ni tocar tu piel,  ni darte besos, nunca más. 

Me queda tu recuerdo, diario y retazos de la historia cotidiana que tuve la suerte de vivir contigo y lo guardo como un tesoro. 

Hace un mes y tres días que partiste a encontrarte con tus seres queridos, que te visitaban días antes para enseñarte el camino hacia el cielo. Hoy es tu cumpleaños y te siento cerca. Quizás me acompañas a ratos, cuando doy el biberón a mi bebé,  cuando ando por la calle, cuando me siento en el autobús y miramos Madrid. En el metro no, te quedas en las escaleras mecánicas y dices "puf, esto no es para mi". Y quizás ahora estas justo enfrente de mi diciendo, "qué tonta eres, chica, deja ya de llorar". 

Felicidades, Yaya. (Muá, muá y requetemuá!)

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