Tus plantas. Tenías "mano" para ellas. Cogías una hoja que te habías encontrado, le atabas un pelo en el rabito y la ponías en tierra. Al poco tiempo tenías una planta de esa hoja. Tu salón parecía un bosque. El tronco del Brasil, el cual, cuando era pequeña mordí una hoja, era tan enorme que llegaba al techo. Un día lo llevamos a la Basílica de la Merced y todavía esta ahí. Cómo nos reíamos de nuestra pinta empujando un carrito, que nos prestaron, con una "palmera" enorme por el medio de la calle hasta llegar a la Basílica.
Todos los días veo parte del despieze de tu vida material en una mesa. Objetos que me recuerdan a ti. Objetos ya sin contexto, que no quiero que pierdan su significado: tu. Un espejo con peine que guardabas en tu bolso, una pequeña jabonera de viaje, un "flus-flus" de colonia. La colonia está evaporada y sale polvo. Qué ironía. Me recuerda a los pétalos secos de las rosas.
Y yo me acuerdo de tus brazos, de acariciártelos en el hospital, y sentir tu calor. Pero no poder abrazarte tan fuerte como hubiera querido, de tan frágil. Y me acuerdo, mientras te transfundían sangre, de rezar contigo el Rosario para consolar tu preocupación y tu sospecha. Y ponerte cremas y colonia para estar más guapa. Porque eras vieja, pero de alma joven, y tenías arrugas pero eras hermosa.
Me acuerdo de tocar tus brazos y besar tu cara para despedirme de ti, la noche que me dijeron que ya no verías un nuevo día. No sé si sentiste mis caricias, espero que si. Porque eran caricias dirigidas a tu alma. Creo que el cariño siempre se nota, aunque sea como el resquicio de la luz bajo una puerta. No sé si me oíste darte las gracias por toda tu.
Y sigo acordándome de tus brazos ya gélidos y de tus manos posadas en tu regazo, ya frío, y de tus ojos cerrados para siempre. Y no podré volver a abrazarte, ni tocar tu piel, ni darte besos, nunca más.
Me queda tu recuerdo, diario y retazos de la historia cotidiana que tuve la suerte de vivir contigo y lo guardo como un tesoro.
Hace un mes y tres días que partiste a encontrarte con tus seres queridos, que te visitaban días antes para enseñarte el camino hacia el cielo. Hoy es tu cumpleaños y te siento cerca. Quizás me acompañas a ratos, cuando doy el biberón a mi bebé, cuando ando por la calle, cuando me siento en el autobús y miramos Madrid. En el metro no, te quedas en las escaleras mecánicas y dices "puf, esto no es para mi". Y quizás ahora estas justo enfrente de mi diciendo, "qué tonta eres, chica, deja ya de llorar".
Felicidades, Yaya. (Muá, muá y requetemuá!)